A veces la vida te da el chuletón y otras unos guisantes congelados.

Soy Jon. Casablancas es mi segundo nombre.

Y no quiero disfrazarme con palabras bonitas que no dicen nada

Si estás leyendo esto, quiero que sepas quién soy.

Sin máscaras.
Sin filtros.

De niño, el deporte me gustaba.
Se me daba fatal.
Pero lo intentaba.

Fue en mi adolescencia cuando descubrí lo que significaba entrenar en serio.

En Lanzarote, el agua era mi casa.
Nadaba en piscinas. En mar abierto.
Competí en pruebas de velocidad y en largas distancias.

Incluso nadé el estrecho de la Bocaina.
15 kilómetros de agua que separan Lanzarote de Fuerteventura.

Llegué arrastrándome con un solo brazo, lesionado, reventado.

Y lleno de orgullo.

El esfuerzo. La resistencia. La meta.
Todo eso me marcó.
Porque me enseñó algo que llevo conmigo:
si empiezas algo, termínalo.

Trabajaba como crupier en un casino.
Primero en Lanzarote. Después en Torrelodones.

De día entrenaba. De noche observaba.

Porque en un casino no solo se apuesta dinero.
Se apuestan emociones.

Ahí aprendí algo crucial:

Para conectar con la gente, primero debes entender qué quieren.

A veces, antes de que ellos mismos lo sepan.

Y llegó el golpe que me cambió la vida:

6 de marzo de 2018.
Mi primer día de vacaciones.
Me rompí el cuello en la playa.

“Fractura cervical por estallido en C5 con invasión del canal”.

La misma playa en la que había nadado kilómetros, casi me deja en cama para siempre.

Si Ramón Sampedro hubiera tenido mi suerte, Amenábar no tendría un Oscar.

Busqué las preguntas que necesitaba responderme.

Y pasé de las noches de casino a ganarme la vida con la cabeza y dándole a la lengua.

Me reinventé estudiando marketing.

Siempre he tenido una orientación de perfil growth.

Y la mentalidad que se resume en:

Probar. Aprender. Optimizar. Iterar.

Puro growth mindset.

Lo aplico jugando al ajedrez o al póker, por ejemplo.

¿Me atraen esas actividades por tener esa mentalidad?

¿O quizás la desarrollé cuanto más profundizaba?

Creo que en este caso no se trata del dilema del huevo y la gallina.

Probablemente ambas operan a la vez y funcionan mejor en sinergia.

Tengo claro que:

Desde la certeza férrea no se puede aprender nada.

La duda es mucho más fértil. Las “certezas” te pueden meter en problemas.

Y lo que no se mide, no se puede mejorar.

Por eso pruebo.
Por eso fallo.
Por eso aprendo.
Y por eso sigo.

Tratando de encajar creatividad y estrategia.

Análisis con intuición.

Y por eso me formo en Growth Marketing y en Inteligencia Artificial.

Porque busco más.

Más conocimiento.
Más retos.
Más maneras de aportar valor.

Y porque me apasiona vender. Pero vender bien.

Porque vivir y vender es lo mismo.

Vender no es intercambiar un producto por dinero.

Y la vida no debe ser solo cambiar tiempo por un salario.

Es conectar. Contar una historia. Mejorar la vida de alguien.

Tu historia no es una línea recta.

A veces te pone un chuletón al punto.

Y otras, un 9 de enero de 2023, tu padre te despierta para decirte:

“Creo que mamá se ha muerto”.

Tenía 60 años.

Ninguna enfermedad.

Nada que nos preparara para eso.

Su historia, su fuerza, su forma de enfrentarse a los golpes…

Siempre serán mi inspiración.

Pienso en ella cuando todo parece una cuesta arriba.

Y en lo que me enseñó sin saberlo:

A veces tu enemigo y tú vestís con la misma piel.

Y la capacidad para controlar y reaccionar a ese momento, marca diferencias.

Para el que solo tiene un martillo, todo le parecen clavos.

Pero puedes cambiar el enfoque y ganar perspectiva para extraer alguna lección.

Como en Family Man, esa película en la que Nicolas Cage se despierta en la vida que pudo haber sido.

Al principio lo vive como una pesadilla.

Luego descubre que era justo lo que necesitaba.

Tú también has pasado por cosas que no eran parte de ningún plan.

Y si has llegado hasta aquí, ya sabes un poco más de mí.

Si te resuena, quizás podamos trabajar.

Y si no, al menos espero haberte entretenido un rato.

Porque al final, de eso va la vida.

De posicionarse.

De mostrar quién eres y saber a dónde vas.

Si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta.

Y si crees que podemos ir a algún sitio juntos, dime cómo te gusta el tuyo.

Al punto. O bien hecho.

Pero que quede claro: guisantes congelados, no.

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