A mí, donde me pongan un chuletón al punto… eso es imbatible.

Pedro Sánchez

La vida, a veces, te pone el chuletón.
Otras, te deja con una bolsa de guisantes congelados y ni un microondas a mano.

Soy Jon. Y si estás leyendo esto, prefiero que lo sepas desde ya:
no vengo con bengalas ni con un discurso de escaparate.

Ni hablo en mayúsculas.
Ni lleno el aire de siglas que no entiende ni mi abuela.

He trabajado en ventas, pero no soy un loro con guion.
Porque si algo tengo claro es esto:
nadie confía en quien solo habla.

La clave no está en decir más.
Está en saber cuándo callar para escuchar de verdad.

En mi último trabajo, ayudé a cerrar más de 700.000 € en contratos con pymes y autónomos gracias al tirón del Kit Digital.
Era un campo abonado para la venta… y para el humo. Muchas agencias aparecieron solo para firmar rápido, entregar poco y desaparecer.

Me sentaba (aunque fuera por Zoom) con cada cliente, le hacía tres preguntas clave y me metía en su conversación mental:
¿Qué necesitas de verdad? ¿Dónde te aprieta el zapato? ¿Qué pasaría si no haces nada?

Pero lo importante no era qué vendía. Era el por qué.
Porque si no entendía su negocio, ni debía ofrecerle nada.

Una vez hablé con el dueño de tres barberías en la Comunidad Valenciana y le dije que mejorar su posicionamiento local podía marcar la diferencia. Me dijo: «Google ya me trae clientes. No necesito nada más.»

Lo entendí. Pero le pregunté:
«¿Hace cuánto no miras tus perfiles? Las fotos están desfasadas, los servicios no aparecen y no respondéis ninguna reseña.»

Se quedó pensativo.
Una semana después firmamos un contrato para un semestre y nos dio acceso a los tres perfiles.
Tres meses más tarde tenía las fichas optimizadas, más reseñas positivas y una imagen que sí representaba su negocio.

Hace un tiempo también trabajé para una empresa instaladora de placas solares.
En solo 8 meses cerré más de 90 contratos para instalaciones con un ticket medio de 5.400 €. Resultado: más de 450.000 € en ventas directas.

Ventas muy consultivas: cada cliente era un mundo. Casa, tejado, consumo, subvenciones, dudas técnicas, desconfianza…
Cerrabas cuando sabías responder a todo.
Y cuando sabían que no les estabas vendiendo, les estabas orientando.

Pero todo esto viene de más atrás.

Durante años fui crupier y me pasé muchas noches viendo a gente jugarse el sueldo.
Sin querer aprendí una cosa que ningún máster enseña:
Si no entiendes cómo piensa alguien cuando tiene miedo de perder… no vas a venderle nunca.

Hasta que un día, el juego cambió.

6 de marzo de 2018.
Era mi primer día de vacaciones.
Un salto en la playa.
Y fractura cervical en la C5.

Estuve cerca de no volver a levantarme de la cama.
Si Ramón Sampedro hubiera tenido mi suerte, Amenábar no tendría un Oscar por Mar adentro.

Ahí entendí que el cuerpo se repara… pero la cabeza hay que entrenarla.

Cambié los turnos de noche por la estrategia de día.
Pasé del casino al marketing, con la misma disciplina de cuando entrenaba natación en Lanzarote.

Hoy estudio dos másters, uno de embudos de ventas y otro de growth. Y terminé otro de inteligencia artificial hace poco.
Pero mi forma de trabajar no la define un diploma. La define una mentalidad:

Probar → Aprender → Optimizar → Iterar ↺

Y lo que no se mide, no se puede mejorar.

Por eso pruebo.
Por eso fallo.
Por eso aprendo.
Y por eso sigo.

Tratando de encajar creatividad y estrategia.
Análisis con intuición.
Duda fértil con hambre de claridad.

Me gusta vender cuando sé que estoy resolviendo algo real.
Cuando lo que ofrezco hace la vida más fácil.
Ahí es cuando doy el 200 %.
No empujo lo que no compraría yo.

Y hay algo más:
cuando lo que vendes es bueno, y tú sabes venderlo, la recompensa llega sola.
No estoy hablando de milagros. Hablo de variable, de comisión, de ingresos que se disparan cuando todo encaja: producto, necesidad y conversación.

Cuando eso pasa, vender deja de ser una presión. Se convierte en una palanca.
Y que te entre un buen saco de dinero cada mes es solo una consecuencia natural.

Leo cada día. Ficción y no ficción. Porque a veces una novela me dice más sobre la gente que un manual de ventas.

Juego al ajedrez para anticipar.
Y al póker —de vez en cuando— para recordar que no todo se gana hablando.

Escucho mucho. Porque a veces una buena pregunta vale más que un funnel entero.

Y cuando todo se complica, pienso en ella.
Mi madre.

Murió un 9 de enero con 60 años.
Sin despedida. Solo silencio.

Ella me enseñó algo sin decirlo nunca:
Que el enemigo a veces eres tú.
Y que lo importante no es no caerse…
Es no mentirse cuando estás en el suelo.

Si has llegado hasta aquí, ya me conoces un poco.
Quizás hasta te ha apetecido un buen chuletón.

Si crees que podemos ir a algún sitio juntos, dime cómo te gusta el tuyo.
Al punto. O bien hecho.
Pero que quede claro:

guisantes congelados, no.

Mi perfil de LinkedIn

Ir a mi esquina