Tanta ansiedad y tan pocas razones

Te dicen que es ansiedad. Que lo que sientes en el pecho no es nada. Que es como un espectro, un fantasma de la mente que llama desde dentro, pero sin dejar marca. Te hacen un electro, una analítica, una prueba de esfuerzo, y todo bien. Todo en orden. Como si la calma fuera el diagnóstico y no el problema.

Te recetan Lorazepam. Una pastilla azul pálido, del color exacto de la cortina que tenía la consulta de mi dentista en 2002, que olía a clavo y a miedo. La tomas cada noche, como el que juega con dos fichas de parchís que no sabe si van a avanzar o a retroceder. Esa y la del colesterol. Una para el susto, otra para la herencia genética. Ninguna cura.

El 28 de abril, pasadas las 10:00 y después del segundo café, sentiste el zumbido otra vez. Esa presión en el centro del pecho que no se parece a nada, pero tampoco es nueva. Como si alguien estuviera tocando un timbre desde dentro. Te fuiste del trabajo a urgencias en Uber. Te pinchó una enfermera con nombre de santa (Santa Leonor, lo juro), y justo entonces, se fue la luz.

No en sentido figurado. Literal. Apagón nacional. Toda España sin electricidad, salvo Canarias, que hasta en eso tiene mejor suerte. Los generadores saltaron a los pocos segundos, pero no fue suficiente para calmar ese murmullo eléctrico que se mete en la piel cuando todo se detiene. Te quedaste sentado, viendo cómo los sanitarios volaban como avispas sin reina. Y pensaste en tus platos de Wetaca, pudriéndose en silencio en la nevera. En serio, ¿qué clase de cerebro piensa en eso cuando cree que va a morirse? Pues uno como el tuyo. Como el mío.

A las 22:04 volvió la luz. En casa, no en ti. A ti te dieron el alta otra vez. Todo normal. Todo tranquilo. Como si uno pudiera volver a casa después de haber sentido que se apaga. Como si la muerte fuera solo un pensamiento inoportuno. Y un medico, con cara de haber desayunado avena, te volvía a decir que era ansiedad. Que todo estaba bien.

Y es que ahora todo es ansiedad. Te agobias en un semáforo y ya está. Diagnóstico exprés. Pastilla. App de meditación. Consulta online. Y…

Te dicen que es ansiedad, pero no saben si has leído a Marías. Si has pasado por una noche como la de Marta Téllez, que se murió de pronto mientras su cita no sabía si llamar al marido o despertar al niño, con lo que había costado que se durmiera. No saben que llevas treinta y tres. La edad simbólica. Que cada noche, justo antes de dormir, sientes que algo se desconecta. Que ya está. Y no se lo cuentas a nadie porque suena ridículo. Como el gol de Raúl al Valencia en la final del 2000: intrascendente pero imborrable.

No digo que no exista la ansiedad. Digo que no es esa etiqueta pija que se dice con la boca llena de brunch. Que hay una ansiedad que no cabe en TikTok. Que no se disuelve con una app de respiraciones ni con un podcast de calma. Una que se instala, discreta, como la humedad en una esquina del techo. Y que no siempre tiene nombre.