Tres años sin Marías (y sin vergüenza)

Hoy hace tres años que murió Javier Marías y España sigue haciendo lo que mejor sabe hacer: ignorar a sus mejores. Mientras en Francia a Houellebecq lo tratan como un dios menor y en Noruega tienen estatuas de Hamsun, que terminó su vida apoyando a los nazis, aquí seguimos discutiendo si Pérez-Reverte es mejor que Santiago Posteguillo.

No es casualidad. Es sistema.

Marías cometió el error imperdonable de escribir bien sin pedir permiso. Sin militar en la tribu correcta, sin hacer genuflexiones en los círculos apropiados, sin twittear consignas. Solo se dedicó a su trabajo: construir frases como catedrales y dudar de todo, empezando por sí mismo. Error fatal en un país donde la duda se confunde con traición y el talento con pedantería.

Porque aquí el problema no es que no tengamos buenos escritores. Es que cuando los tenemos, los tratamos como a bichos raros. O los convertimos en figuritas de belén para el consumo cultural —véase el caso García Lorca— o los ignoramos hasta que se mueren. Luego, claro, les hacemos calles.

Mientras tanto, nuestros premios nacionales van para quien toca, nuestros bestsellers los escriben futbolistas retirados y nuestros programas culturales los presentan periodistas que confunden a Wittgenstein con un futbolista alemán. Y no pasa nada. Todo normal. Spain is different.

Lo que más me revienta no es la ignorancia —con esa ya contaba—. Es la hipocresía. Los mismos que nunca lo citaron ahora lo mencionan en sus bio de Twitter. Los mismos que lo ningunearon ahora cuelgan frases suyas en Instagram. Marías se ha convertido en lo que más habría odiado: contenido para redes sociales.

El Nobel se lo dieron a Annie Ernaux por escribir sobre «la experiencia femenina» —palabras textuales del comité—. A Marías, que escribió sobre la experiencia humana sin apellidos, ni medalla ni mención. Porque claro, era hombre, blanco, occidental y encima escribía bien. Triple falta en los tiempos que corren.

No estoy pidiendo luto nacional ni estatuas de bronce. Solo un poco de honestidad. Reconocer que hemos perdido a uno de los nuestros sin haberlo sabido valorar. Que mientras discutíamos sobre lenguaje inclusivo y cuotas de género en las tertulias, se nos murió el escritor más importante que hemos tenido en décadas.

Pero tranquilos. Ya tenemos a Irene Vallejo escribiendo sobre la historia del libro para que todo el mundo se sienta muy culto comprándolo. Y a Juan Gómez-Jurado vendiendo thrillers como churros. El mercado está cubierto.

Marías, mientras tanto, sigue ahí, en sus libros, esperando lectores de verdad. Los que no lean por pose ni por hashtag. Los que no necesiten que les expliquen por qué es bueno.

Esos ya casi no quedan. Pero todavía hay algunos.

Tres años después, Javier, y sigues teniendo razón: este país no tiene arreglo. Pero al menos tienes lectores. Pocos, pero buenos.

Como te gustaba.